Charles Darwin acababa de graduarse de Cambridge en 1831, un jovencito de solo 22 años de edad, cuando se embarcó en el HMS Beagle para darle la vuelta al mundo durante casi cinco años. A bordo de este barco, el explorador anotó apuntes de la travesía que lo hizo zarpar de Plymouth, Inglaterra, bajar a las Azores, cruzar el Atlántico vía Brasil, pasar por el Estrecho de Magallanes (donde vio glaciares), subir al Ecuador y de ahí navegar 1000 kilómetros hacia el Archipiélago de las Islas Encantadas, hoy llamadas Las Galápagos, donde pasó cinco semanas del otoño de 1835; allí escribió las observaciones que le sirvieron para El origen de las especies, protagonista entre los libros más influyentes en la historia de la humanidad. Por: Genaro Lozano Poco antes de hacer la travesía de los casi mil kilómetros que separan las costas peruanas y ecuatorianas del archipiélago de las Galápagos, Darwin no estaba tan interesado en los animales, sino en visitar los cráteres de alguno de los seis volcanes activos que hay en el conjunto de más de 230 islas e islotes. Justo al desembarcar en la isla de San Cristóbal, un 16 de septiembre de 1835, Darwin describió en sus notas el paisaje de lava rocosa y con “pocos signos de vida” que vio inicialmente. Su percepción, evidentemente, cambió con el paso de los días, cuando el naturalista empezó a observar con detenimiento la flora y fauna de las islas, a obsesionarse con los simples pinzones, a comer la carne de las tortugas gigantes que ahí vio, y tomó las anotaciones necesarias para desarrollar su teoría de la evolución que cuestiona la creación divina.
Mucho y poco ha cambiado desde que Darwin visitara Las Islas Galápagos. Para empezar, este archipiélago tuvo una base militar estadounidense en la isla de Baltra y Eleanor Roosevelt la visitó en 1944. La primera dama estadounidense no parece haberse maravillado con el paisaje dantesco de las islas ni su fauna. Sus apuntes solo narran la dificultad de construir instalaciones militares sobre rocas, en la mitad del mundo y en el Océano Pacífico. Sin embargo, después de que los estadounidenses abandonaran las islas, el gobierno de Ecuador decretó el archipiélago como un Parque Natural y Reserva Marina. Desde 1959, la hostil belleza de las Galápagos, su flora y fauna, está protegida y ha significado un gigantesco esfuerzo para la preservación ante el creciente interés del turismo global por visitar las islas. La Unesco decretó las Galápagos como Patrimonio de la Humanidad a fines de los 70. El periodista británico Henry Nicholls tiene un maravilloso libro titulado The Galápagos, A Natural History, cuya lectura recomiendo ampliamente a cualquier potencial visitante de las maravillosas islas ecuatorianas. Viajar a Las Galápagos requiere una buena planeación y un gasto considerable, pero es realmente una experiencia de vida. Varios vuelos salen a diario desde Quito o desde Guayaquil hacia el Aeropuerto Ecológico de Seymour, en la isla Baltra. LATAM y Avianca son las principales aerolíneas que vuelan al mini aeropuerto que te recibe con una ilustración de las tortugas gigantes, quizás los animales más célebres del archipiélago y que le dan su nombre.
El gobierno ecuatoriano ha dado tanta prioridad a la preservación y a recuperar los ecosistemas que hay que solicitar un permiso especial para visitarlas. Se permite un máximo de 300 mil turistas al año y la pandemia redujo el número de visitas dramáticamente. En 2021, apenas 136 mil visitantes desembarcaron en la isla Santa Cruz o aterrizaron en Baltra, y la mayoría de ellos fueron ecuatorianos, para quienes la visita es gratuita, una muestra del nacionalismo y orgullo que sienten por tener la soberanía del archipiélago. La mejor forma para recorrer Las Galápagos sigue siendo en un barco, aunque ya no sea en el Beagle de Darwin. Hay pequeñas compañías ecuatorianas que ofrecen cruceros de tres a siete días para navegar en el archipiélago e ir con una persona naturalista experta. Solo con la compañía de ella puede visitarse cualquiera de las islas y a bordo de barcos medianos muy especiales. Esos cruceros locales resultan buenos, pero el tope de gama son los cruceros de siete días y siete noches que ofrecen compañías trasnacionales, como Celebrity, a bordo de alguno de sus tres barcos en la zona, aunque el más nuevo y cómodo es el Flora, con capacidad máxima de 100 pasajeros y que empezó a funcionar en 2019, para luego pasar un año encerrado por la pandemia de Covid-19. Tengo una verdadera relación de amor-odio con los cruceros. La primera vez que tomé uno fue por la insistencia de mi “no marido” pues a él le emocionaba mucho la idea, en especial porque los cruceros involucran realmente una decisión importante: con cuál compañía te quieres ir y el destino a visitar. Una vez elegido lo anterior, los cruceros se encargan de cada detalle y minuto que pasas a bordo. Los pasajeros pierden autonomía al dejarse mimar al 100 por la tripulación del barco en el que navegan. El escritor David Foster Wallace escribió Cosas que supuestamente son divertidas, pero que jamás volvería a hacer, ensayo publicado por Harper’s Bazaar en 1995 en el que narra su experiencia a lo largo de un crucero de siete noches por el Caribe. Si nunca has tomado un crucero, recomiendo esta amena lectura, aunque no hay nada mejor que experimentar cualquier cosa de primera mano. A bordo del Flora hay todas las amenidades.
Dos restaurantes, un bar con piano, un pequeño gimnasio para los vigoréxicos, dos jacuzzis, ocho pisos de diversión flotante, una pantalla de cine, ocho lanchas inflables que llevan hasta 16 pasajeros a las excursiones diarias a las islas para ver los animales que tanto maravillaron a Darwin. Y este es precisamente el magneto principal que atrae el turismo a Las Galápagos: la presencia de muchos animales en el estado más salvaje posible y sin temor de Dios, ni de los turistas que los visitan. En el muelle donde se aborda la lancha que te lleva al crucero por primera vez ya pueden verse estos mamíferos curiosos, jugueteando en las aguas poco profundas, junto a los graciosos piqueros de patas azules o boobies, a los cangrejos de un rojo carmesí combinado con un negro profundo y un amarillo brillante, junto a las horribles iguanas marinas, de color oscuro, y que son tal vez los animales más recurrentes de Las Galápagos. Hay momentos en los que debes tener cuidado de no pisarlas debido a la abundancia; por “suerte”, su apestoso olor siempre alerta de su presencia. Ver a todos esos animales tan cerca emociona y así empieza el ritual de querer capturarlo todo, sea con una cámara profesional o la lente del teléfono celular. Los animales nos idiotizan a todos por igual y lo hacen por siete días, aunque pueda ser repetitivo ver a tantas iguanas inmóviles tomando el sol y recargando energía, pero no así “snorkelear” con una treintena de caguamas o grupos juguetones de leones marinos y mantarrayas. Galápagos contiene el mayor número de especies endémicas del planeta. Darwin fue el primero que observó esto y se cuestionó cómo era posible que algunas especies llegaran al archipiélago desde miles de kilómetros a distancia, ya que tortugas gigantescas similares se han visto en el sudeste asiático y no pueden nadar, o los pequeños y tropicales pingüinos galapagueños son parientes de los enormes pingüinos antárticos de Chile. El maestro naturalista observó la peculiaridad de que hubiese tanta diferencia entre los pequeños pájaros pinzones o entre los caparazones de las tortugas gigantes.
La presencia de tantos animales me provocó un sentimiento extraño. Están tan cerca que se pueden oler, escuchar sus ruidos, verlos cortejarse, pelear, copular, escupir sal todo el día, defecar o esperar a sus madres mientras que estas van en busca de alimentos. Es el drama de la vida. Verlos así de cerca hace que te sientas en la experiencia inmersiva de un documental de David Attenborough. Incluso puedes tener la enorme fortuna de ver a los gigantescos albatros aterrizar cerca de sus nidos de manera accidentada y torpe, o estar en la cubierta de tu crucero tomando el cocktail del día que un atractivo bartender te preparó y, de repente, oír a un grupo de gringos sesentones gritar que hay un tiburón nadando al lado del barco, un delfín jugando en los alrededores o una ballena gris con su cría saliendo a la superficie a respirar oxígeno. Si los cruceros no son para ti, puedes visitar este paraíso quedándote en alguno de los pequeños hoteles de tres a cuatro estrellas que se encuentran en la isla de Santa Cruz, pasar días en la playa y la tierra firme, y conocer las otras islas con alguna compañía local que organiza excursiones de un día entero y en la noche te deja cerca de tu hotel. También existe la posibilidad de volar entre las islas en pequeñas avionetas de bajo costo, pero sin duda la mejor experiencia es en un crucero, aunque no esperes noches interminables de fiesta, como viajando por el Caribe, sino anticipa irte a dormir temprano porque en la mañana siguiente tienes que estar puntual listo para abordar una lancha a las 8 a.m. Lo interesante de los cruceros es también la fauna que encontrarás en el viaje. Piensa que serás parte de la misma en un pequeño grupo, principalmente formado por abuelitas y abuelitos gringos dinámicos, acompañados por sus nietos. Entre los viajeros, igual encontrarás parejas japonesas delgadísimas y obsesionadas con sus dispositivos electrónicos. No pierdas la vista de quienes viajan junto a ti: puedes encontrar gente muy interesante, y dedica atención a las personas naturalistas locales que te van a sonreír y contar orgullosamente la historia de sus hermosas islas, llevándote a la búsqueda de cuántas especies de animales diferentes puedas ver.
Finalmente, al embarcarse a la mitad del mundo podrías descubrir que, al igual que a David Foster Wallace, también te dan ataques de ansiedad por encontrarte con tu propio ser en medio del Océano. Relájate y disfrútalo, las Islas Galápagos y sus hermosos animales se lo merecen.
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