Lenny Kravitz no es uno más del montón. Estamos sentados en Bemelmans, el icónico bar del histórico Hotel Carlyle en el Upper East Side. Aquí, todo se hace de una manera muy propia. Y así ha sido desde 1947. Los meseros usan abrigos blancos. Los cócteles se sirven exclusivamente en copas de cristal personalizadas, y llegan en charolas de plata. Hay tazones elegantes llenos de sofisticadas botanas que adornan cada mesa. Los murales de Ludwig Bemelmans -del famoso libro para niños, Madeline- decoran las paredes. Y algunos de los pianistas más celebrados del jazz del país siguen tocando cada noche. Es un lugar sinónimo del glamour neoyorquino old-school. Probablemente también es el último lugar donde esperarías ver a un aclamado dios del rock durante un día cualquiera.
Pero aquí es donde Kravitz quería reunirse, así que aquí estamos
Son las tres de la tarde en un día muy lluvioso de Yom Kippur; los restos de la tormenta tropical Ophelia siguen en las calles de Manhattan, y la audiencia -más escasa que nunca- está bebiendo martinis casi de manera exclusiva. Kravitz, que se está quedando en el departamento de Brooklyn de su hija mientras ella está en su hogar de París, se ve como si viniera directamente de 1975. Con una chamarra de cuero café hecha a la medida, un cuello de tortuga y pantalones acampanados. Sus emblemáticas rastas están acomodadas en una media coleta, y sus anillos dorados colocados perfectamente en sus dedos. Llega y pide un té verde caliente.
Sorprendentemente, Kravitz se siente como en casa en el Carlyle
Aquí es donde su mamá, Roxie Roker, que en ese entonces era una asistente de la NBC y una aspirante a actriz, le preguntó a Bobby Short, el legendario cantante de cabaret que fue el acto principal del lugar durante décadas, si debería aceptar la propuesta de matrimonio de un productor de noticieros que trabajaba en su mismo edificio y que se llamaba Sy Kravitz. (Y Short respondió: “¡No veo a nadie más preguntando!”) Mientras los compañeros de escuela de Lenny pasaban su tiempo con sus niñeras los sábados por la noche, Short lo visitaba a él y a sus padres en su mesa entre cada set. Conoció a Andy Warhol muchos años después en una fiesta para Bret Easton Ellis. Kravitz incluso organizó la última fiesta de cumpleaños de su papá aquí mismo a finales de los dosmiles. “Este lugar siempre ha estado presente en mi vida”, dice con una gran honestidad.
Además, ¿alguna vez Kravitz ha pasado desapercibido? El único hijo de Roxie y Sy, se parece tanto a su mamá, una mujer negra de ascendencia bahameña, como a su padre judío, cuya familia llegó a Estados Unidos desde Kiev antes de que naciera Sy. Al crecer en una familia biracial en los sesentas y setentas, Kravitz resaltaba entre la comunidad mayoritariamente blanca del East Eighties de Manhattan de la misma manera que ocurría en el Brooklyn principalmente negro, donde vivía con sus abuelos maternos mientras sus padres trabajaban en la ciudad. Pero eso no era un problema.
“Me sentía cómodo”, dice el hombre que décadas después rompería los límites del rock y de la moda, convirtiéndose en la mismísima definición del estilo. “Me gustaba”.
Colson Whitehead alguna vez escribió que el Nueva York de todos es aquel que conocieron por primera vez, aquel que comienzan a construir con su propio horizonte personalizado desde el momento en que plantan sus ojos en la ciudad. Kravitz, de 59 años, ha llegado a Manhattan unas cuantas veces, y siempre lo ha recibido una ciudad distinta. Sus padres tenían un departamento a la vuelta de la esquina del Metropolitan Museum of Art, en la calle 58th. Sus años escolares hasta la preparatoria los pasó en Los Angeles pero regresó a finales de los ochentas cuando se mudó con su novia, la mismísima Lisa Bonet-Denise Huxtable. Y década y media después, luego de darle una oportunidad a Nueva Orleans y a Miami, regresó con su hija que en ese entonces era una adolescente, Zoë Kravitz. El extraña todas sus vidas pasadas en Nueva York por distintas razones, pero como lo predijo Whitehead, su auténtica Nueva York es la que sentados aquí en Bemelmans lo trae de vuelta. El Upper East Side. Después de todo, dice que tal vez es el vecindario que cambia más lentamente de toda la ciudad. Lobel’s la carnicería favorita de su madre, sigue estando a la vuelta de su antiguo departamento. Su café favorito, E.A.T. está a una calle. Claro, algunas cosas inevitablemente cambian. Y como cualquier neoyorquino, Kravitz disfruta recordar lo que solían ser los edificios. Por ejemplo: El merendero The Nectar en la calle 82nd y Madison alguna vez fue el Copper Lantern, donde Lenny aprendió a atar sus agujetas.
Puedes acceder a la entrevista completa de Lenny Kravitz en la edición impresa de febrero de la revista Esquire.