House of Libertad.

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House of Libertad

Hay una muy fuerte escena de competencias de baile de Vogue en la Ciudad de México. Al menos desde 2010, personajes como Franka Polari o Any Funk incomodaban al heteropatriarcado en las redes sociales, o –como decían entonces– “bufaban” (ahora es “tiraban shade”), promoviendo la cultura de los ballrooms, esas competencias de baile estilo Vogue que Madonna popularizó en los 90 y que recogen una tradición urbana del Harlem neoyorquino, las poblaciones afrodescendientes y de la diversidad sexual. Funk y Polari dejaron escuela: hoy existen casi 20 casas de Vogue que compiten en bailes e impulsan alguna causa política, pero sobre todo que resisten, existen y crean comunidad en el baile.

“Aquí todes somos iguales. En mi casa hay lo mismo un chico que estudió en el MIT, que une chique desempleade a quien tengo que procurar”, me dice Isis Magdalena, de 34 años, la madre de House of Magdalena, una de las casas de baile más grandes de México con presencia en varios estados y también en Alemania. Isis se escucha muy orgullosa cuando habla de sus hijas, cuando cuenta que no hay reglas para ser integrante de su casa y cuando recuerda lo que han alcanzado desde la fundación de su casa en 2020. Su trabajo diario es dirigir la comunicación para México, América Latina y el Caribe de una organización que combate la discriminación y la criminalización de personas que viven con VIH y, a través de los bailes, Isis encontró una familia extendida y una manera de resistir y de combinar el activismo político, lo kiki, con el glamour y la competencia del baile.

A principios de abril, Jossarby, integrante de House of Magdalena, me invitó a uno de sus bailes. La temática tenía que ver con Saturno y los planetas. El bar Casa Imperial, en pleno Centro Histórico, prestó sus instalaciones a las distintas casas que esa noche ofrecieron una competencia. Fue un baile astrológico. Las juezas, siempre mujeres cis y trans las que evalúan los distintos estilos, cantaban “Oye, yo quiero ver” y el público le respondía coreando “¿A quién?, e inmediatamente entraba una de las competidoras, recreando un estilo de baile “americano” o “europeo”. La euforia de los asistentes era notable. La vieja casona colonial que sirvió esa noche de sede tenía esa noche los baños neutros, sin género. En algún momento hubo drama. Las integrantes de una de las casas participantes fiscalizaron el comportamiento de una integrante. Elle se identifica como persona no binaria y las integrantes de otras casas la increparon y cuestionaron por su hipermasculinidad. El baile se detuvo por un santiamén y dio paso al drama. En minutos, Isis y la madre de otra casa mediaron y arreglaron el asunto. En un ball también se aprende cultura cívica. “El respeto a todas las identidades es una regla y quien no respete la dignidad de todas las personas se va”, se escuchó en un altavoz y la competencia siguió.

Los balls son rituales de celebración de la diversidad y espacios seguros en los que se construyen familias elegidas. En muchos sentidos, es un sistema de cuidados en el que si a un integrante de alguna casa le falta algo, tiene problemas médicos, laborales o de salud mental, la madre de su casa y sus hermanas le ayudan. En el ball además se aceptan y celebran todos los tipos de cuerpos o corporalidades, no hay estratos sociales, se reclaman espacios de libertad y se combate el racismo, la misoginia, la serofobia y la transfobia. En otras palabras, estos bailes son una pesadilla para una mente conservadora, para quienes defienden que las sociedades no cambien y quienes no reconocen la diversidad del país.

Semanas después asisto a otro baile. Esta vez el espacio ocupado es un frontón cerca del Centro Histórico. La iluminación es más intensa y la temática de esa noche fue un homenaje a Vivienne Westwood y su legado en la moda. Mientras veo bailar a las participantes, no puedo dejar de pensar en la dedicación que le ponen a producir los eventos, en la comunidad tan resiliente que forman y en cada detalle de su vestuario. Es simplemente fabuloso. Ese brillo, esa felicidad y libertad es la que asusta a legisladoras del PAN que desinforman con mentiras. Por lo pronto, la escena Vogue vibra en las noches de la CDMX y este mes del orgullo, el Teatro Esperanza Iris tendrá un baile con varias casas compitiendo. Si quieres aprender también, en La Alameda Central hay clases gratuitas. A posar y a bufar que el mundo se va a acabar. Strike a Pose!

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