Me entusiasmó ver a cientos de personas celebrando en El Ángel y abarrotando la calle de Amberes en la Zona Rosa por su triunfo en La Casa de los Famosos. Parecía como si la Selección Mexicana hubiese llegado a la final del Mundial de Futbol, pero el éxito de la joven no está libre de problemas y conlleva una enorme responsabilidad.
Wendy tiene un ángel y un carisma fenomenal
Logró conectar con los millones de personas que la siguieron. Ella posee una inteligencia rápida y tiene una magia especial para convertir el odio en comedia. Su éxito tal vez recaiga en esto, en que Wendy Guevara es la mejor comediante que hemos visto en México en décadas. En un país sumido en la violencia y la polarización, la risa es sanadora y esperanzadora, un antídoto. Y ésa es la magia de Wendy. Sin embargo, también sucede que ella es una chica trans y el micrófono que se ganó le crea la enorme responsabilidad de representar y visibilizar a las personas trans, aún sin que ella misma se lo haya propuesto o aún sin que ella lo desee. Y éste es parte del problema.
Wendy es a la vez el paso más grande para la visibilidad trans que el mayor retroceso
El mayor paso porque ninguna persona disidente del género, ninguna persona travesti ni trans había tenido su notoriedad en México. Ni Xóchitl, la poderosa reina de la noche gay de los 80 de la que Guillermo Osorno escribe en su libro “Tengo que morir todas las noches”, ni Francis, ni Alejandra Bogue, ni ninguna de las personas que le abrió camino a Wendy tuvo ese poder de convocatoria. Y esta visibilidad es de celebrarse. Después de todo, México es de los países donde más asesinan a personas trans en el mundo. Wendy resiste solo por existir, pero al mismo tiempo esa fama hace que sus declaraciones sean problemáticas para los derechos de las personas trans porque en muchos sentidos contradicen la narrativa de los avances de los derechos que el movimiento trans ha defendido.
La comediante ha mencionado “para mí una mujer es la mujer biológica que puede dar un bebé. Son los órganos. Yo no me creo una mujer 100%”. La descripción de Wendy es esencialista, ya que asume que biología es destino. Manifiesta la idea de que los órganos sexuales son lo que definen a una persona. El feminismo y el movimiento trans llevan décadas combatiendo estas narrativas y por ello, las declaraciones de Wendy son un retroceso que, sin quererlo, nutren las narrativas de quienes combaten las leyes que reconocen la identidad de género. Aquí hay toda una discusión sobre el contexto de Wendy, la violencia que vivió y la falta de una educación formal, y claro que hay que reconocer la brecha de clase, pero eso no quita el impacto que sus declaraciones puedan tener en la pugna por los derechos de las personas trans.
Cuando en agosto pasado la cantante Yuri la invitó al escenario y Wendy le hizo una reverencia, varias voces LGBT la criticaron. La periodista Laurel Miranda subió un video en su cuenta de TikTok argumentando lo problemático que resultó ese gesto porque la cantante jarocha no ha sido una aliada de la comunidad LGBT, sino lo contrario. Laurel también ahondó e hizo lo que muchas personas LGBT habían querido hacer y era problematizar sobre Wendy, la identidad de género y la cuestión trans. Sobre este punto, la filósofa Siobhan Guerrero menciona que Wendy “tiene derecho a entender su vivencia cómo mejor le haga sentido. La autodeterminación de género entraña autonomía en la forma en la que cada quien se entiende. Pero precisamente por ello, ella no debería generalizar su vivencia y anular a otras personas”.
Coincido con Laurel y con Siobhan.
Y agrego que la postura de Wendy me resulta problemática porque su eco es enorme y se enmarca en un momento en el que vemos un cisma en los feminismos. En el feminismo más hegemónico hay una exclusión de las identidades trans. Mujeres feministas que consideran que las mujeres trans no son mujeres y que el avance de la identidad de género “borra a las mujeres”. En ese feminismo el que las leyes que liberalizan el aborto reconozcan que hay “mujeres y personas gestantes” les parece que es un insulto a las mujeres. Ese feminismo transexcluyente hace eco y se nutre de la postura de Wendy. Lo mismo en el avance de movimientos antiderechos en México y en el mundo. Legisladores transfóbicos como América Rangel o Gabriel Quadri pueden celebrar el éxito de Wendy, pero le negarían el acceso a un baño de mujeres a ella o a cualquier mujer trans. La misma Wendy hoy tiene el privilegio de la fama, de ser reconocida en todo México y, por ello, ella hoy podría entrar al baño que le plazca sin límite alguno.
Álvaro Cueva escribió que “Wendy consiguió lo que las marchas LGBT no pudieron en 40 años de historia”. Otras personas han argumentado que Wendy es un avance porque no es combativa, ni violenta. No comparto esas posturas. Wendy es mágica y se merece todo el éxito que ha ganado, pero éste también es posible por la trayectoria de un movimiento y la historia de las mujeres y hombres trans que lucharon antes que ella. La rabia y el enojo son necesarias y válidas en los activismos, pero lo que Wendy sí nos ha enseñado es a reír más. Bien por eso, pero ojalá que Wendy esté abierta a escuchar a activistas trans. Esto no quiere decir que Wendy se vuelva activista, simplemente es que ojalá dimensione el enorme poder que hoy tiene su voz y cómo ésta puede resonar en las infancias y adolescencias trans, en otras mujeres trans que se reflejan en ella o en las agendas de derechos del país.
Todas las personas debemos descubrirnos llenas de errores, y especialmente de contradicciones, entre lo que nos propusimos hacer y lo que terminamos haciendo, entre aquello que deseábamos ser y en lo que nos convertimos, escribió la novelista Alba de Céspedes en la magnífica novela “Cuaderno prohibido”. No puede dejar de pensar que éste sea el dilema al que se enfrenta Wendy ante la disyuntiva de disfrutar su fama y su éxito, muy merecidos, y la de convertirse en activista o representar a la comunidad.